8.28.2010

en el micro otra vez

Esta semana tomé varios micros, no me gustan, menos con lluvia y menos cuando me toca irme en el cacharro asqueroso contaminante con goteras... pero bueeeno, así pasa cuando sucede y era necesario para darle otra ayudadita a este blog.
El martes agarré el micro hacia Taxqueña, iba lleno por la hora, el chofer me dio chance de sentarme en el tablero... nada cómodo, sobretodo porque estaba muy muy caliente, y eso de poner tus pompas en algo caliente no está chido, hasta me imaginé cómo se empezaban a poner rojas rojas, jajaja.
Llegamos al cruce de división y el chofer decidió pararse de más, estaba platicando con el vendedor de flores.
chofer: ¿qué onda güero? ¿cómo va la venta hoy?
vendedor: pus mal, se ve que ya nadie regala flores... esas mujeres de hoy o no son queridas o ya buscan otros regalos, no sé, algo más caro y menos natural como un celular...
c: sí, tienes razón, son más complicadas, ya no las conquistamos con flores, es por eso de los derechos de la mujer ¿no?
v: no sé, yo creo que es por tanto programa de la televisión en donde les dicen que las mujeres son las más importantes en la sociedá
c: ah sí, que ahora las madres solteras con 2 trabajos son unas chingonas
v: eso eso, y sí, lo son, pero pues que se dejen complacer con flores de vez en cuando
c: se ponen sus moños, como mi vieja... a ver dame un ramo, ¿a cuánto güerito?
v: pus a 10, pero pa' ti a la morralla que te sobre, seguro sacas como 5 pesos de moneditas
c: sí güero, vamos a rascarle... a ver 1,2,3.... ufff fácil son 15 baros! ándale, por todo lo que no has vendido, así hasta le regalo una flor a la señorita sentada en el tablero
v: gracias compadre, que tengas un buen día
c: igual!

El chofer tomó el ramo y una flor extra, me la dio y le agradecí... no me gustan las flores pero bueno, no me voy a poner quisquillosa...
Y esa flor fue protagonista de otra narración, en el metro que escribiré después...

8.23.2010

comió mucho habanero


Cuando se acaba la tinta de mi impresora no se ha terminado realmente, le queda un poco como para pintar con los dedos... son momentos de disfrute, tinta que se seca al instante, dificultad para correrla sobre el papel...
mis manos quedan de colores, me gustan los colores, me gustaría tener las manos así siempre... no las siento sucias, las siento llenas de algo que quise expresar por unos minutos...
Bueno, aquí está uno de mis dibujos de ese día... y como diría edu, comió mucho habanero!

8.21.2010

inspiraciones

Hace algunos años leí este cuento, es parte de la inspiración para querer hacer mi tesis de doctorado sobre arte urbano...

Graffiti - Julio Cortázar
A Antoni Tàpies


Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar un dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, acercarse con indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote en seguida.


Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término grafitti, tan de crítico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de suerte asistir a la llegada del camión municipal y a los insultos inútiles de los empleados mientras borraban los dibujos. Poco les importaba que no fueran dibujos políticos, la prohibición abarcaba cualquier cosa, y si algún niño se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre palabrotas y amenazas. En la ciudad ya no se sabía demasiado de que lado estaba verdaderamente el miedo; quizás por eso te divertía dominar el tuyo y cada tanto elegir el lugar y la hora propicios para hacer un dibujo.


Nunca habías corrido peligro porque sabías elegir bien, y en el tiempo que transcurría hasta que llegaban los camiones de limpieza se abría para vos algo como un espacio más limpio donde casi cabía la esperanza. Mirando desde lejos tu dibujo podías ver a la gente que le echaba una ojeada al pasar, nadie se detenía por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces una rápida composición abstracta en dos colores, un perfil de pájaro o dos figuras enlazadas. Una sola vez escribiste una frase, con tiza negra: A mí también me duele. No duró dos horas, y esta vez la policía en persona la hizo desaparecer. Después solamente seguiste haciendo dibujos.


Cuando el otro apareció al lado del tuyo casi tuviste miedo, de golpe el peligro se volvía doble, alguien se animaba como vos a divertirse al borde de la cárcel o algo peor, y ese alguien como si fuera poco era una mujer. Vos mismo no podías probártelo, había algo diferente y mejor que las pruebas más rotundas: un trazo, una predilección por las tizas cálidas, un aura. A lo mejor como andabas solo te imaginaste por compensación; la admiraste, tuviste miedo por ella, esperaste que fuera la única vez, casi te delataste cuando ella volvió a dibujar al lado de otro dibujo tuyo, unas ganas de reír, de quedarte ahí delante como si los policías fueran ciegos o idiotas.


Empezó un tiempo diferente, más sigiloso, más bello y amenazante a la vez. Descuidando tu empleo salías en cualquier momento con la esperanza de sorprenderla, elegiste para tus dibujos esas calles que podías recorrer de un solo rápido itinerario; volviste al alba, al anochecer, a las tres de la mañana. Fue un tiempo de contradicción insoportable, la decepción de encontrar un nuevo dibujo de ella junto a alguno de los tuyos y la calle vacía, y la de no encontrar nada y sentir la calle aún más vacía. Una noche viste su primer dibujo solo; lo había hecho con tizas rojas y azules en una puerta de garage, aprovechando la textura de las maderas carcomidas y las cabezas de los clavos. Era más que nunca ella, el trazo, los colores, pero además sentiste que ese dibujo valía como un pedido o una interrogación, una manera de llamarte. Volviste al alba, después que las patrullas relegaron en su sordo drenaje, y en el resto de la puerta dibujaste un rápido paisaje con velas y tajamares; de no mirarlo bien se hubiera dicho un juego de líneas al azar, pero ella sabría mirarlo. Esa noche escapaste por poco de una pareja de policías, en tu departamento bebiste ginebra tras ginebra y le hablaste, le dijiste todo lo que te venía a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco.


Casi en seguida se te ocurrió que ella buscaría una respuesta, que volvería a su dibujo como vos volvías ahora a los tuyos, y aunque el peligro era cada vez mayor después de los atentados en el mercado te atreviste a acercarte al garage, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo porque ella no se detendría después de ver tu dibujo, cualquiera de las muchas mujeres que iban y venían podía ser ella. Al amanecer del segundo día elegiste un paredón gris y dibujaste un triángulo blanco rodeado de manchas como hojas de roble; desde el mismo café de la esquina podías ver el paredón (ya habían limpiado la puerta del garage y una patrulla volvía y volvía rabiosa), al anochecer te alejaste un poco pero eligiendo diferentes puntos de mira, desplazándote de un sitio a otro, comprando mínimas cosas en las tiendas para no llamar demasiado la atención. Ya era noche cerrada cuando oíste la sirena y los proyectores te barrieron los ojos. Había un confuso amontonamiento junto al paredón, corriste contra toda sensatez y sólo te ayudó el azar de un auto dando vuelta a la esquina y frenando al ver el carro celular, su bulto te protegió y viste la lucha, un pelo negro tironeado por manos enguantadas, los puntapiés y los alaridos, la visión entrecortada de unos pantalones azules antes de que la tiraran en el carro y se la llevaran.


Mucho después (era horrible temblar así, era horrible pensar que eso pasaba por culpa de tu dibujo en el paredón gris) te mezclaste con otras gentes y alcanzaste a ver un esbozo en azul, los trazos de ese naranja que era como su nombre o su boca, ella así en ese dibujo truncado que los policías habían borroneado antes de llevársela; quedaba lo bastante como para comprender que había querido responder a tu triángulo con otra figura, un círculo o acaso un espiral, una forma llena y hermosa, algo como un sí o un siempre o un ahora.


Lo sabías muy bien, te sobraría tiempo para imaginar los detalles de lo que estaría sucediendo en el cuartel central; en la ciudad todo eso rezumaba poco a poco, la gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, y si a veces volvían a ver a uno que otro, hubieran preferido no verlos y que al igual que la mayoría se perdieran en ese silencio que nadie se atrevía a quebrar. Lo sabías de sobra, esa noche la ginebra no te ayudaría más a morderte las manos, a pisotear tizas de colores antes de perderte en la borrachera y en el llanto.


Sí, pero los días pasaban y ya no sabías vivir de otra manera. Volviste a abandonar tu trabajo para dar vueltas por las calles, mirar fugitivamente las paredes y las puertas donde ella y vos habían dibujado. Todo limpio, todo claro; nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia de un colegial que roba una tiza en la clase y no resiste el placer de usarla. Tampoco vos pudiste resistir, y un mes después te levantaste al amanecer y volviste a la calle del garage. No había patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato te miró cauteloso desde un portal cuando sacaste las tizas y en el mismo lugar, allí donde ella había dejado su dibujo, llenaste las maderas con un grito verde, una roja llamarada de reconocimiento y de amor, envolviste tu dibujo con un óvalo que era también tu boca y la suya y la esperanza. Los pasos en la esquina te lanzaron a una carrera afelpada, al refugio de una pila de cajones vacíos; un borracho vacilante se acercó canturreando, quiso patear al gato y cayó boca abajo a los pies del dibujo. Te fuiste lentamente, ya seguro, y con el primer sol dormiste como no habías dormido en mucho tiempo.

Esa misma mañana miraste desde lejos: no lo habían borrado todavía. Volviste al mediodía: casi inconcebiblemente seguía ahí. La agitación en los suburbios (habías escuchado los noticiosos) alejaban a la patrulla de su rutina; al anochecer volviste a verlo como tanta gente lo había visto a lo largo del día. Esperaste hasta las tres de la mañana para regresar, la calle estaba vacía y negra. Desde lejos descubriste otro dibujo, sólo vos podrías haberlo distinguido tan pequeño en lo alto y a la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violetas de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras. Algo tenía que dejarte antes de volverme a mi refugio donde ya no había ningún espejo, solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la más completa oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, así como había imaginado tu vida, imaginando que hacías otros dibujos, que salías por la noche para hacer otros dibujos.

8.11.2010

la llamada

Iba caminando por la calle rumbo al centro de Coyoacán. Pasé cerca de un teléfono público, escuché como si lo hubieran colgado mal...
Segundo teléfono público lo mismo...
Tercer teléfono público sonó... ring ring... Hice caso omiso
Cuarto teléfono público sonó... ring ring... ¡Qué raro!
Quinto teléfono público, más cerca de Coyoacán... sonó... ring ring... ¿Contestaré?
Sexto teléfono público... sonó... ring ring... Contesté: ¿Si?

Del otro lado del teléfono se escucharon voces, como si fuera el bullicio de un mercado... Por fin una mujer dijo: ¡qué raro, nunca había contestado un teléfono público!
También dije lo mismo... Me reí... dije: muuy raro, adiós.
La mujer dijo: adiós.

Seguí caminando, volteando a ver hacia atrás... muy raro.
Esperé en unos escalones pensando cómo había sucedido eso, cuál era el otro teléfono, cómo era la otra mujer que contestó el teléfono, cuántas veces habrá oído el teléfono sonar antes de contestar, dónde estaba...
Las posibilidades de ciencia ficción que representaba esa llamada eran interminables, pasé 20 minutos sentada, abstraída en un pensamiento de diferentes razones para que se diera esa llamada...
No me explico cómo, las líneas se cruzaron, evidentemente, pero en un teléfono público es muy extraño que sucedan cosas así...
Tal vez fue un sueño y no lo supe identificar como tal...
Tal vez fueron las ardillas jugando con los cables telefónicos...
Tal vez fue una coincidencia espacio-temporal...
Tal vez fue una conexión de diferentes dimensiones en el mismo tiempo, como un hoyo negro de comunicación...

No lo sé, estuvo raro y sigo pensándolo...

8.03.2010

tengo ganas

De escribir... aquí!
Hace varios días que no lo hago, de eso que no hay inspiración, o no hay realmente nada bueno qué contar.
Estoy comiendo un pan tostado con mermelada de moras y un té de canela, uuuy caneeela, me sigue encantando por ese sabor extraño que me queda en la boca por un buen rato...
Mi día ha estado raro... en la mañana salí a comprar medicinas para la garganta... hasta francés terminé hablando..
Por las medicinas que estoy tomando veo las cosas de diferente manera, creo que mis pupilas están dilatadas, entonces entra más luz, más colores, más sombras a mi vista. Todo es como ver una ciudad de caricatura, extra volumen en las cosas, colores brillantes, luces casi enceguecedoras...
Pero no sólo eso, también escuchar lo que sucede en el entorno, con los oídos medio tapados, tratando de entender las risas inexplicables de algunos niños en el metro... escuchando la música de los metros o las estaciones...
Huyendo de los ventiladores con agua en las estaciones de metro...
Un día raro sin duda alguna... era como estar en un sueño sin fin, pasaban personas y más personas alrededor, no sentía que avanzara el metro, todo se veía igual, se veía demasiado...
Pero no paraba de reír, reír de la realidad que se vive día con día... de los gritos en Taxqueña, de los vendedores de pulseras-reglas, de los drogadictos anónimos hablando inglés, de la señora que vende plumas con lamparita por si se te pierde la chancla a media noche, de los vendedores de chiclets clorets porque esos sí refrescan la boca no como los halls, de el niño consumista (que compró tazos, pulsera-reglas, pluma, disco de mejores éxitos de rock, regla de madera de 30 cms con lupa, libro de adivinanzas, libro de chistes, gomitas, etc) de la señora que decía que su hijo de 17 años sí podía entrar al vagón exclusivo de mujeres porque seguía siendo un niño y su papá todavía no lo llevaba a un putero, del señor que se sacaba los mocos y el niño que le sacaba la lengua y decía cochino te va a regañar tu mamá...
Me siento tan diferente, es como caminar sin suelo, las cosas han cambiado mucho...
El DF me sigue gustando, en cualquier circunstancia... pero creo que estoy lista para conocer más ciudades... por más tiempo, habrá que ver y buscar
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